Ha sido una larga espera, pero, al final del túnel la luz ha vuelto a aparecer en el Palau de la Música de València. Fue en julio de 2019 cuando de súbito las puertas se cerraron por unas filtraciones en la techumbre de la sala principal que derivaron en un diagnóstico de mayor calado que, a su vez, produjo un incremento sobrevenido de las obras, para convertirse en una acción de rehabilitación de largo recorrido.
Desde entonces, la Orquesta de València y todo el conjunto de programaciones durante cuatro años, como si de un confinamiento se tratara –coincidió con la Covid19–, ha devenido en un éxodo por el desierto, o un destierro en la propia ciudad, peregrinando de aquí para allá, mirando de soslayo a la ciudad, como diciendo, “no nos olvidéis” que aquí permanecemos, ajustando la hebilla de la música. Y no solo la Orquesta, sino también la Banda Municipal, inmersa en crisis internas que ha llegado a difundirse por la ciudad como alma que lleva el diablo.
La hospitalidad del Palau de Les Arts, la cooperación del Teatro Principal o el uso de una sala limitada de aforo, como el Almudín, han sido, entre otros escenarios, como el maná que apareciera en un desierto en el que todo estaba expuesto al deterioro y el hastío. La determinación de los músicos por mantener sus responsabilidades frente a la tentación de la dejadez tan difícil de sobrellevar para impedir caer en la incuria, han sido un conjunto de esfuerzos y batallas loables, a la espera del renacimiento de la ‘casa común’ de una ciudad musical por excelencia.
Al ciudadano culto, a los amantes de la identidad de esta ciudad, de esta ciudad tan musical, origen de tanto talento y con dos agrupaciones –la orquesta y la banda– que son referentes europeos de una larga, larguísima, historia, que la desgracia les ha conducido a abandonar sus rutinas musicales, le bastaba acercarse al Jardín del Turia, aledaño al edificio y añorar, como emigrante que echa de menos lo suyo.
Un nuevo tiempo, una oportunidad para el órdago
Frente al dolor y la ausencia solo cabe ajustarse los calzones y mirar hacia el horizonte, que es el que está por llegar. Las nuevas autoridades musicales que han llegado con la nueva administración municipal solo podrán tener un camino de redención: Lanzar un órdago inmersivo y descubrir que hay un lienzo que pintar de nuevo.
Ha sido duro, se ha tenido que lidiar con imponderables, pero afortunadamente hay un mar sobre el que remar. Siempre me ha gustado este poema del recientemente desaparecido poeta cántabro afincado como valenciano:
“Alégrate de las heridas hondas:
Si la pala penetra
profundamente
en las aguas,
mayor es el impulso”
Fabulación del tiempo, Pedro J. de la Peña (1970)
Hace falta, pues, establecer una estrategia, que, como tal, contendría un plan a corto y medio y largo plazo, para lograr una nueva dimensión musical para esta ciudad, que siempre ha sido una señal centrípeta que revolucionó en el pasado la manera de ser músico y de acoger talento, el propio y el ajeno, porque la música es uno de los artes cuyo lenguaje es universal. Traer a los mejores para que nuestros mejores sigan siendo de los mejores. Y que disfrutemos los legos, de ello.
Esa es la esencia de una programación que merece elevar el tono y que el Palau de la Música no sea epígono de Les Arts, sino que contenga en sí mismo las sirenas de la excelencia. Primer reto.
No fue buena la gestión de Gloria Tello en relación con la música, y sobre todo en la gestión del Palau, de la Orquesta y de la Banda Municipal, también de las más 30 sociedades musicales, bandas, que hay en València, tan huérfanas de locales, por ejemplo. Tuvo buena voluntad pero falta de acierto para reestructurar el organigrama del Palau, tan necesario para que la máquina funcione sin altibajos. Hay que impulsar la comunicación pública, el respaldo a la sociedad civil que envuelve la actividad musical, ejercer de liderazgo que merece el Palau, uno de nuestros referentes icónicos, y elevar València, también en música, entre las grandes ciudades musicales europeas.
Hay que resolver, dicho sin ambages, defectos de funcionamiento, a veces internos, a veces estructurales, también de la Orquesta y de la Banda, aherrojando tics mal adquiridos, rutinas conventuales
Tienen talento los nuevos responsables, son gentes de la música, sabios de la educación y de la gestión musical y de la cultura, y tenemos una oboísta de alcaldesa que debe poner en el frontispicio de su gestión el impulso de esa pala que penetra con fuerza en las aguas, para avanzar.
Un reto que habrá que desarrollar con determinación, y con prudencia y acierto, que València lo merece. Recuperar primero, imaginar después y poner en práctica finalmente…
Ha empezado un nuevo tiempo. Bienvenida sea la ilusión.